El informe de la Audiencia de Cuentas de Canarias señala que la Universidad de La Laguna tiene demasiadas titulaciones. Y, como no, el dedo acusador señala a las disciplinas de Humanidades y Ciencias Sociales como las más sobredimensionadas.
Es evidente que falta, en el seno de la sociedad canaria (en particular, pero también ocurre a nivel estatal), un debate serio y profundo sobre qué queremos hacer con nuestras Universidades, o más bien para qué queremos que nos sirvan.
Porque si lo que queremos es que se conviertan en un "congelador" en el que mantener a más de 50.000 jóvenes para que no "colapsen" el mercado laboral canario, la financiación pública no se debe regatear (realmente seguro que sale más barato que pagar subsidios a 50.000 personas), y no sobran titulaciones.
Ahora bien, si lo que queremos es que nuestros centros de altos estudios sean lugares de excelencia intelectual en el que se forme la elite de todos los campos del saber y del actuar de las nuevas generaciones, el camino emprendido es totalmente erróneo. La Universidad va camino de convertirse en un centro de formación profesional superior, totalmente adaptado a las demandas del mercado, y sin posibilidad ni margen de maniobra para cumplir las funciones que ha venido desempeñando desde su fundación, allá por los primeros siglos del segundo milenio europeo.
No se trata en exclusiva, como quieren hacer ver algunos, que la Universidad deba adaptarse a los requisitos del mercado laboral. Es un problema de mucho mayor calado, social en el sentido de que atañe a toda la sociedad, y como problema global debe ser abordado.
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